Cuando hablamos de libertad, varias son las posibilidades que vienen a la mente, la mayoría englobando los conceptos de autonomía y voluntad propia, sin que exista alguna forma de hostigamiento. Creo que si cada ser humano hace memoria de su historia de vida, podrá encontrar momentos en los cuales se sintió oprimid@, discriminad@ o imposibilitad@ de expresarse. ¿Por qué? ¿qué hace que a pesar de estar en el siglo XXI, sigamos sintiéndonos oprimid@s? ¿sintiendo que no podemos ser lo que somos? Pues creo que al menos dos factores: el colectivo y el individual.
Querer pertenecer
En lo colectivo, encontraremos las leyes que definen lo permitido o no permitido en términos de la civilización, luego tenemos el contexto cultural-familiar que nos va definiendo lo aceptable o no aceptable para (ojo aquí) poder o no PERTENECER. Aparece así algo crucial que vincula lo colectivo con lo individual, porque el pertenecer, el sentirse “parte de”, es una necesidad humana individual que impacta en el equilibrio del Ser. Qué tan libre me siento internamente dentro del grupo al que pertenezco, irá determinando las posibilidades de satisfacción o dificultad en mi desarrollo integral.
A veces pagamos un precio muy alto internamente por sentirnos parte de un clan familiar o social. ¿Cuál puede ser ese precio? No permitirme sentir emociones vetadas por el grupo, no expresar mi más sincera opinión por miedo a ser excluid@ o rechazad@, castigarme por no poder ser como “los demás”, condenarme a una vida que cumpla las expectativas de otr@s, tener amistades que no “incomoden” a mi grupo, etc. Qué va generando esto? Pues una tristeza progresiva que puede terminar en depresión. El “deber ser” es el efecto de un profundo miedo al “qué dirán”, al rechazo y la exclusión. Con ello podría decir que a más “deber ser”, más tristeza tengo y menos libre y feliz soy.
Fortalecer el autoestima
En lo anterior radica la importancia de trascender el “qué dirán”. Tenemos tanto miedo a ser excluid@s o rechazad@s, que preferimos no expresar, no sentir, no ser. Y así vamos perdiendo no sólo alegría, goce y felicidad en nuestra vida, sino también autenticidad, conexión con nosotr@s mism@s y de paso con los demás, por quienes nos esforzamos tanto en satisfacer y agradar. ¿Pero quién nos exige tanto? Ya sabemos que una parte de la presión es ejercida inconscientemente por el grupo, ahí no es mucho lo que podemos hacer de forma individual, pero donde sí podemos cambiar las cosas con un impacto sanador, es adentro nuestro. Soy yo, quien puede decidir dejar de complacer, decir “sí” a lo que me hace feliz y me llena de gozo y “no” a lo que me daña o transgrede; de mí depende validar mis decisiones, emociones, pensamientos. Por ello es tan importante la autovaloración, la autoestima, el amor incondicional con nosotr@s mism@s, es lo que nos permitirá anclar la convicción y la fuerza necesaria para plantarnos ante el mundo tal cual somos y defender con valentía la vida que queremos y merecemos, libres, simplemente por el derecho tácito de ser felices.
El punto medio
Entonces hemos de encontrar un punto medio entre libertad y pertenencia. Ese punto medio, depende de cada un@, de cada realidad, de cada historia de vida. No obstante, en mi experiencia he descubierto que es más importante potenciar la libertad que el pertenecer, pues a fin de cuentas, constantemente podemos ser parte de algo; la pertenencia no se circunscribe a la familia-cultura, sino al mundo, al planeta, al Universo, a la existencia, siempre podemos encontrar ese algo que nos sostiene, no así sentirnos libres. La libertad necesitamos habitarla dignamente a nivel interno como un derecho de la psique.
Para indagar en ti
- ¿Cuánto de lo que haces tiene que ver con lo que realmente quieres?
- ¿Cuando tomas decisiones, es por ti o por cumplir con una “idea” de ti?
- ¿Puedes ser tu mism@ en los espacios en que te desenvuelves?
- ¿Cuánto goce hay en tu vida?